Dentro
de unos días mi hijo mayor hará la Primera Comunión. He podido ver, domingo a
domingo, cómo va creciendo en él la ilusión aunque a veces la Misa lo aburra.
Tiene 9 años y es algo impaciente, lo comprendo perfectamente.
Lo comprendo
además porque a veces yo también me aburro. Y sí, sé que no debería pero me
pasa. Es una de mis luchas semanales, cotidianas.
Sin embargo, veo con toda claridad la ilusión y la emoción en mi pequeño que en unos días tendrá la maravillosa
experiencia de unirse por completo a Dios, de poder recibirle totalmente en su
corazón.
Cuando
era más pequeño, yo le cantaba una canción que ahora le canto al menor y que aprendí
de un buen amigo. “Jesusito de mi vida eres niño como yo / y por eso yo te
quiero con todo mi corazón / tómalo, tómalo, tuyo es y mío no (bis)”. Ahora ese
canto resuena mucho en mi interior cuando veo que mi hijo podrá encontrarse tan
de cerca con el Señor.
Y
pienso muchas cosas. Pienso en lo importante que se hace que vayamos siempre a Misa
y que no pongamos excusas… Cristo cuando
se entregó en la cruz no puso ninguna.
Pienso
también en lo importante que es que mi hijo me vea comulgar y, sobre todo, que
vea cuando me confieso, acercándome a Dios arrepentido y buscando nuevamente
restaurar la amistad con Él.
Pienso en lo triste y complejo que es que cada vez
más gente ahora haya perdido la conciencia del pecado y con ello la necesidad
de confesarse. Las colas para la confesión son cortas y las de la comunión son
larguísimas. No suma eso, no parece estar bien.
También
pienso en aquellos padres y madres que creen que con la Primera Comunión “terminó
todo”. Pues no. Tal vez terminó la catequesis específica para recibir este
sacramento, pero el camino de la fe no ha terminado.
Digamos que ha llegado a
uno de sus hitos y en adelante tiene que crecer siempre. No puede estancarse,
no puede detenerse. La fe tiene que crecer para que crezca la esperanza y sobre
todo, el amor a Dios.
Ese
amor que transforma el corazón, la propia vida y la vida en común con los
demás. Yo quiero eso para mi hijo y haré (hago) lo que esté a mi alcance para
lograrlo.
Si
tienes hijos, no te olvides de cultivar en ellos la fe con la oración, los
sacramentos como la Eucaristía y la Confesión; y la Misa dominical.
Y la mejor forma de
hacerlo es con tu propio ejemplo. Que la Primera Comunión no sea la última. Nada más triste que eso.
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