Hace
unos días fui a la Misa de un sacerdote joven.
Estuve en la iglesia con mi esposa y mis hijos. Voy a tratar de contar lo que
ocurrió de la forma más objetiva posible ese día y luego voy a hacer algunos
comentarios.
Mi
hijo menor es inquieto, como creo es inquieto cualquier niño de poco más de dos
años. Además tiene un amor muy grande por las imágenes religiosas. Allí donde
uno no las ha visto, él las encuentra y se detiene para rezar. En una iglesia
con mayor razón, y ya sabe dónde está el agua bendita para echarse un poco en
la frente y rezar conmigo a Jesús, o “Chú”, como dice él. Esta Misa no fue la excepción.
Para
ayudar a mantenerlo tranquilo, solemos caminar con él dentro y fuera del templo,
despacio y en silencio. Digo solemos porque va acompañado de su mamá o de mí.
No va solo. Cuando parecía que iba a ponerse más inquieto caminé con él hacia
adelante dentro del templo, a un costado del presbiterio para mostrarle cómo
iba a ser el bautismo que se celebró ese día.
El cura celebrante preguntó el nombre de mi hijo y dijo algo así antes de comenzar el rito del bautismo: “No sé si este niño
vaya a estar tranquilo. De repente mejor sale del templo y caminan afuera, y ojalá no regresen”.
Yo
no lo podía creer. Decidí no decirle nada al cura, tomar a mi hijo y salir. El
comentario del cura había hecho que la gente se riera, así que salí de la
iglesia, de su iglesia, molesto y triste, más que triste decepcionado por ver
que un sacerdote joven nos botaba a mí a y a mi hijo de la iglesia sin razón
alguna. No me fui del todo, nos quedamos desde afuera tratando yo de seguir la
Misa, con mi hijo que estaba encandilado con la cruz que estaba encima del
campanario.
Aquí
un detalle importante: Yo sé que si mi hijo hace mucha bulla, está muy inquieto
o hace algo que desconcentra a los demás, tengo que salir de la iglesia. Lo he hecho muchas veces, también con el mayor, aguantándome las ganas de responder a quienes nos miran mal o con cara de “¿por qué
lo traes?” (Aquí podrían leer A
Misa con los niños, una reflexión que escribí ya hace algún tiempo).
A
la salida de la Misa mi esposa le explicó al cura lo que le
molestaba, y se dio un diálogo que va más o menos así:
- - Padre,
usted sabe lo difícil que es criar una familia cristiana en estos tiempos.
- - Sí
señora, y tiene mucho mérito.
- - Entonces
¿por qué bota a mi hijo cuando Jesús dijo dejad que los niños vengan a mí?
- - Yo
no hice eso señora, pero si usted quiere interpretarlo así entonces yo no puedo
hacer nada para cambiarlo.
Esta
última respuesta del cura terminó de enojarnos y decepcionarnos del sacerdote
en cuestión, que creo doctrinalmente es correcto, parece tener las cosas claras
y hace un esfuerzo grande por llevar adelante una parroquia con orden y con
varios proyectos pastorales interesantes.
Dicho
de otro modo, parece que es un buen cura, pero parece que no está dispuesto a
dejarse corregir por sus fieles. Eso finalmente me dejó preocupado.
El
Papa Francisco siempre advierte sobre el clericalismo. ¿No será acaso la
negativa de un sacerdote joven ante una corrección acertada una muestra de este
clericalismo? ¿Cuántos conflictos podrían resolverse si un sacerdote acoge una
corrección? Y si la corrección no fuera justa, ¿no habría acaso algún tipo de
crecimiento espiritual en siquiera cuestionar la propia conducta, en vivir un
poco más la humildad y reflexionar?
Yo
puedo entender que en estos tiempos de hipersusceptibilidad, un cura esté harto de correcciones que no son precisas ni necesarias o no
son simplemente porque no hay nada que corregir, y que por tanto haga caso
omiso cuando estas ocurren. Sin embargo lo que nos pasó con este cura, no es el
caso.
Yo
solo espero que este joven sacerdote, que parece un buen cura, y otros, sean un
poco más humildes y abran la mente y el corazón a la posibilidad de que
pudieran estar errados y se corrijan.
Creo que eso podría
hacerles mucho bien a ellos, y en consecuencia a la Iglesia. Lo contrario creo
que podría generar el movimiento opuesto: podrían generar problemas dentro de
la Iglesia, más de los que ya tenemos.
Creo también que si aprendemos a dejarnos corregir, podremos edificar una mejor Iglesia, esa Iglesia en salida que alienta tanto nuestro querido Papa Francisco.
Creo también que si aprendemos a dejarnos corregir, podremos edificar una mejor Iglesia, esa Iglesia en salida que alienta tanto nuestro querido Papa Francisco.
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