Una familia reza. Foto: Oficina de Comunicaciones del Opus Dei (CC BY-NC-SA 2.0) |
Puedo
decir que la celebración de la Navidad este año ha sido (y es, porque estamos
en la Octava de Navidad que se celebra hasta el 31 de diciembre)
particularmente bella.
No hemos tenido grandes cosas materiales ni cosas fuera
de lo común, excepto una: hemos rezado bastante bien la Novena de Navidad, una
tradición muy fuertemente arraigada en Colombia, de donde es mi esposa.
La
Novena la comenzamos el día 16 de diciembre y la concluimos el 24, cuando participamos
también de la Misa de Gallo o Misa de Noche Buena.
Hemos
rezado también cada domingo la oración para cada uno de los cuatro domingos de
Adviento, encendiendo con mucha fe y ansias cada uno de los cuatro cirios de
nuestra corona en la sala de la casa.
Hemos
rezado todos juntos y juntos hemos visto cómo el alma se ha ido preparando para
este acontecimiento de gran gozo, de gran alegría y esperanza que es el
nacimiento del Niño Jesús, de nuestro Salvador.
La
oración también ha sido clave para hacerle frente a la inesperada partida de un
tío, un hermano menor de mi papá que falleció el 22 de diciembre. Como bien
dijo el capellán del cementerio el día de la cremación: ciertamente es el final
de la vida terrena, pero a pesar del dolor, es un momento de alegría saber que
ahora este tío mío está en un lugar mejor.
En
medio del sufrimiento hay espacio para alegrarse porque la esperanza cristiana
nos recuerda constantemente que la muerte no es el final de todo.
Hemos
rezado bastante, hemos rezado juntos, hemos rezado cada uno a su modo y hasta dónde
el entendimiento y la fe nos alcanzan.
Mi
hijo mayor ha rezado devotamente, igual que mi esposa, y mi pequeño de año y
medio juntaba sus manos y nos miraba curioso, participando de cada uno de los
rezos de la Novena y las liturgias, también ayer en la Misa de Gallo en la
iglesia dedicada a la Virgen de Fátima adonde fuimos.
Hemos
rezado juntos y vamos a seguir haciéndolo. No es la panacea, no es una solución
“mágica” al dolor o al sufrimiento, pero ciertamente es una respuesta que nos
abre a la esperanza que nutre cualquier otra esperanza: la de Cristo Nuestro
Señor.
Como
dijo un santo sacerdote hace unos años: “familia que reza unida, permanece
unida”. Eso quiero y a eso apuntamos.
Si no rezas, comienza porque nunca es tarde.
Si ya rezas,
intenta rezar un poco más y ser constante. Si ya eres constante, busca que
otros recen contigo. Y si ya haces esto, no te confíes en tu buen hábito y
mantente siempre atento, siempre listo para librar la buena batalla de la fe
que tanto necesita nuestro mundo de hoy.
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