Tuesday, December 25, 2018

La oración en familia

Una familia reza. Foto: Oficina de Comunicaciones del Opus Dei
(CC BY-NC-SA 2.0) 
Puedo decir que la celebración de la Navidad este año ha sido (y es, porque estamos en la Octava de Navidad que se celebra hasta el 31 de diciembre) particularmente bella. 

No hemos tenido grandes cosas materiales ni cosas fuera de lo común, excepto una: hemos rezado bastante bien la Novena de Navidad, una tradición muy fuertemente arraigada en Colombia, de donde es mi esposa.

La Novena la comenzamos el día 16 de diciembre y la concluimos el 24, cuando participamos también de la Misa de Gallo o Misa de Noche Buena.

Hemos rezado también cada domingo la oración para cada uno de los cuatro domingos de Adviento, encendiendo con mucha fe y ansias cada uno de los cuatro cirios de nuestra corona en la sala de la casa.

Hemos rezado todos juntos y juntos hemos visto cómo el alma se ha ido preparando para este acontecimiento de gran gozo, de gran alegría y esperanza que es el nacimiento del Niño Jesús, de nuestro Salvador.

La oración también ha sido clave para hacerle frente a la inesperada partida de un tío, un hermano menor de mi papá que falleció el 22 de diciembre. Como bien dijo el capellán del cementerio el día de la cremación: ciertamente es el final de la vida terrena, pero a pesar del dolor, es un momento de alegría saber que ahora este tío mío está en un lugar mejor.

En medio del sufrimiento hay espacio para alegrarse porque la esperanza cristiana nos recuerda constantemente que la muerte no es el final de todo.

Hemos rezado bastante, hemos rezado juntos, hemos rezado cada uno a su modo y hasta dónde el entendimiento y la fe nos alcanzan.

Mi hijo mayor ha rezado devotamente, igual que mi esposa, y mi pequeño de año y medio juntaba sus manos y nos miraba curioso, participando de cada uno de los rezos de la Novena y las liturgias, también ayer en la Misa de Gallo en la iglesia dedicada a la Virgen de Fátima adonde fuimos.

Hemos rezado juntos y vamos a seguir haciéndolo. No es la panacea, no es una solución “mágica” al dolor o al sufrimiento, pero ciertamente es una respuesta que nos abre a la esperanza que nutre cualquier otra esperanza: la de Cristo Nuestro Señor.

Como dijo un santo sacerdote hace unos años: “familia que reza unida, permanece unida”. Eso quiero y a eso apuntamos.
Si no rezas, comienza porque nunca es tarde. 

Si ya rezas, intenta rezar un poco más y ser constante. Si ya eres constante, busca que otros recen contigo. Y si ya haces esto, no te confíes en tu buen hábito y mantente siempre atento, siempre listo para librar la buena batalla de la fe que tanto necesita nuestro mundo de hoy.

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