“Nadie
tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, dice Jesús en el
Evangelio de San Juan 15, 13.
Y
es verdad.
ALERTA DE SPOILER
En
la última entrega de la saga de los Avengers, hay un momento clave de la
película en la que la Viuda Negra pelea con el Halcón para ver cuál de los dos
debe sacrificarse para obtener la gema del alma.
Ambos
saben que esa muerte es irreversible, pero entienden también que el sacrificio máximo
permitirá obtener la gema con la que se podrá derrotar a Thanos y revivir a la
mitad de la humanidad que él eliminó en Avengers Infinity War.
Los
dos tienen claro que uno de los dos debe sacrificarse. Y es curioso ver cómo
pelean para poder ser quien finalmente lo dé todo por los amigos, enemigos y
demás cuya existencia depende de obtener la gema o no.
La
escena es particularmente intensa y me recordó por un instante a Cristo en la
cruz. Dios hecho hombre que decidió morir para abrirnos las puertas del cielo.
El
pregón pascual, ese canto precioso de la Vigilia de Pascua del Sábado Santo,
tiene una línea que siempre me ha conmovido y me ha cuestionado profundamente: “¿De
qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso
beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al
Hijo!”. (Si
no conoces el canto puedes escucharlo AQUÍ).
La
Viuda Negra, que es finalmente quien muere, no es Cristo, y ciertamente parece
no tener un fin espiritual o trascendente, sobrenatural. Sin embargo en la
cinta lo da todo por los demás, por la misión, por los amigos y por quienes
esperan enfrentar y derrotar a Thanos.
Nuestra
vida, la vida cristiana cotidiana, no es una película, pero si exige una
entrega constante, una lucha personal contra el egoísmo y la cerrazón, una lucha
que permita agrandar al máximo el corazón.
Sí podemos, sí tenemos que hacerlo. Ciertamente sí podemos ser los héroes de nuestra vida diaria.
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