Con
poco más de 11 años de casado, Dios nos ha bendecido grandemente con dos hijos
hermosos.
Casi
todos los días me hago varias preguntas con respecto a ellos, pero una que se
repite con frecuencia es qué es aquello que debo darles más, qué es aquello de
lo que más sacarán provecho.
Y
una y otra vez la respuesta suele ser la misma: la fe. La fe no entendida como
la confianza en los otros (Aquí puedes
ver una reflexión que escribí hace un tiempo sobre esto), sino la fe en Dios.
Si
eres creyente, seguro vas a seguir leyendo; sino tal vez termines aquí. Sin
embargo quisiera que sigas adelante para que me permitas exponerte el asunto.
La
fe en Dios puede determinar, creo yo, el rumbo de la vida. Si Dios es parte de
tu vida cotidiana, si lo buscas con ahínco, tus relaciones se van a ver
plasmadas de esta búsqueda y de tu relación de amistad con Él. Tu día a día va
a recibir la luz que viene de lo Alto y que nos ayuda a superar las cosas, los
problemas, los desafíos, y todas las situaciones que podríamos considerar
insuperables.
Si
Dios no hace parte de tu vida, quiero que sepas que te estás perdiendo de algo
muy grande, tan grande que podría afectar tu destino eterno.
El
domingo cuando fuimos a Misa como solemos hacer cada semana con mi familia, me
tocó caminar con mi hijo pequeño por el templo, para ayudarlo a estar tranquilo
y para que nos permita a los otros seguir atentamente la Eucaristía.
Verlo
emocionarse cuando ve un Cristo o ver que hace una incipiente señal de la cruz
me llena de alegría y esperanza.
No sé hasta dónde llega su comprensión (pero trato de intuirla) ni hasta dónde llegarán mis hijos con el don de la fe. Lo que sí sé es que es lo principal que me toca alimentar en sus vidas. Mi esposa y yo lo tenemos claro.
No sé hasta dónde llega su comprensión (pero trato de intuirla) ni hasta dónde llegarán mis hijos con el don de la fe. Lo que sí sé es que es lo principal que me toca alimentar en sus vidas. Mi esposa y yo lo tenemos claro.
¿Cómo
hacerlo?
Primero,
con el ejemplo. Si les dices a tus hijos que recen, reza tú también. Si les
dices que vayan a Misa, anda con ellos. Si les exiges ser buenos, sé tú bueno
primero; especialmente con ellos.
No,
no es fácil. Creo que nunca lo ha sido. Pero sí se puede, sí podemos educar a
los niños en el don precioso y gigante de la fe.
A
mis 42 años les doy gracias de rodillas a todos los que me enseñaron y me
alentaron en este camino de la vida cristiana, especialmente cuando no quería
saber nada de Dios.
Gracias a ellos hoy estoy de pie con mi esposa listos para luchar el buen combate de la fe. ¡Hazlo
tú también!
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