Tengo
casi 11 años de casado y dos hijos hermosos. Ambos son maravillosos. No todo es “felicidad” con ellos, también hay días complicados, pero el balance
siempre es bueno, el balance siempre es feliz.
Hace
unos días vi un meme que el buen Obispo de San Sebastián, Mons. Munilla,
publicó en sus redes sociales. En él se veía a varias personas con sus
mascotas. Uno de los dueños le decía al otro: “A veces me pregunto qué país le vamos a dejar a nuestros perros”.

En
la misma publicación, el Obispo decía que en España hay más familias que tienen
un gato o un perro que las que tienen niños menores de cinco años. Después de
leer eso me acordé de mi hijo menor y no pude sentirme más feliz.
Mi
primer hijo llegó cuando mi esposa y yo teníamos dos años de casados y no mucha
plata. Sin duda nos hizo (y sigue haciéndonos) muy felices.
Mi
segundo hijo llegó de manera inesperada. Creo que el más feliz con él ha sido
mi hijo mayor que siempre rezó a Dios por tener un hermano. No fue el único,
por cierto. Se demoró algunos años en llegar, pero llegó. Y cambió
todo para un mayor bien. No me imagino la casa sin él, sin ellos. Sin mis dos
muchachos cuyo saludo anhelo todos los días al volver a casa.
Es
fascinante ver cómo crecen, cómo se expresan, cómo son felices con poco, cómo
lo que más quieren somos su mamá y yo, y es muy hermoso ver cómo se quieren
ellos. Es alucinante ver cómo rezan y cómo la experiencia de lo divino se les
hace natural y cotidiana. Impresiona, verdad que sí.
Y
ante tanta belleza salta la pregunta. ¿Por qué otras parejas no quieren hijos?
Puedo decir que no son una molestia sino una bendición. Exigen sacrificio pero
ciertamente dan mucho más de lo que uno puede ofrecerles.
Después
de la esposa o el esposo, no habrá quien quiera más a los padres que estos
pequeños hermosos, ya sean hombres o mujeres. Son
la alegría del hogar.
Sí,
con toda seguridad vas a tener que dejar o renunciar a más de una cosa por
verlos, atenderlos, educarlos, por estar con ellos. Pero el bien y la felicidad
que obtendrás no podrá compararse con nada. Nada de nada.
Ahora,
en estos tiempos, es todo un desafío educarlos (y aquí podría extenderme
demasiado, pero no es la idea). Y no es sencillo estar a la altura de sus
preguntas e inquietudes que en cualquier momento pueden encontrarte
desprevenido. Pero eso tampoco, creo, es razón para cerrarse a tenerlos.
No.
Los
hijos son un camino de felicidad querido, desde siempre, por Dios: para ellos y
para ti que eres mamá o papá, o para ti que estás pensando en casarte.
Tan
importante son que, en el rito del matrimonio el sacerdote te pregunta si estás
dispuesto a recibirlos y a educarlos cristianamente. Son
el fruto del amor de los esposos. Son lo que quedará cuando te toque dejar este
mundo.
Otra
vez, no es sencillo, pero sin duda te harán o ya te hacen feliz. Lo sé porque
lo vivo y te invito a ti también a hacerlo.
Y
si no puedes tenerlos biológicamente, adopta. Esos niños abandonados también
tienen derecho a tener un papá y una mamá.
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