Tuesday, March 31, 2020

Dios no nos abandona ante el coronavirus


La cuarentena por el coronavirus comenzó en Perú el lunes 16 de marzo. Los dos primeros días la que salió a comprar fue mi esposa porque ando medio cojo. Sigo medio cojo a causa de un desgarro, pero el que sale ahora a hacer las compras de lo que hace falta en casa soy yo.

Es curioso ver poca gente o no ver gente en las calles. No pasan carros, se oye más nítidos los ruidos de la naturaleza, los de los árboles. Extraño un poco la bulla del colegio que está justo frente al edificio donde vivo.

Ya no está el frutero, tampoco el verdulero. Hace días que no veo al panadero de todas las mañanas. En su lugar ha aparecido constante uno que a veces veía por las tardes.

En las tiendas a veces faltan cosas pero las básicas no. Gracias a Dios todas las del barrio reciben tarjeta de crédito porque tenemos muy poco efectivo y los cajeros automáticos no tienen dinero.

A las 8 en la noche, la gente sale muy puntual a aplaudir, a gritar, a dar vivas por el Perú. Creo que todos salen un rato a la ventana a respirar, a desfogarse, a mirar esa calle que por estos días y a causa del coronavirus está prohibida.

Y esta cuarentena por este bendito (¿maldito?) coronavirus ha coincidido con la Cuaresma. Y en mi caso con el desgarro de los músculos de la pantorrilla derecha. Y por el cierre de todos los servicios no imprescindibles solo pude ir a una de las sesiones de terapia. Me quedan nueve y con suerte iré cuando estos días de encierro o cuarentena terminen.

Puedo decir, con toda honestidad, que no ha sido muy complicado estar en casa. Lo difícil es ponerse creativos para que los niños, especialmente el menor, nos permitan hacer el trabajo que sí tenemos y que no ha parado. La labor diaria en mi caso se mantiene y prosigue como siempre.

Lo difícil es también no poder ir a Misa. No poder confesarme ni comulgar. Lo extraño y lo necesito, pero confío en el buen Señor que nos tiene también en cuarentena de sacramentos.

Creo que ha querido darnos este tiempo de “ausencia” sacramental para valorar más los tesoros que tenemos en la Iglesia Católica.

Hoy me tocó hacer una nota sobre una religiosa que decía que el cierre de las iglesias es una ocasión para meditar sobre qué cosa es realmente la Iglesia, para volver a nuestras raíces, para enamorarnos un poco más de Dios, de ese Dios que nos ama hasta darlo todo, nos cuida y NUNCA nos abandona.

No lo dudemos ni un minuto.

Cada cual tiene sus propios desafíos, angustias y problemas. Confiemos en nuestro buen Dios y busquémoslo un poco más, en familia, para que en esta Semana Santa nos ayude a convertirnos un poco más, nos ayude a vivir la solidaridad con el que menos tiene, nos ayude finalmente a ser lo que tenemos que ser para que se haga concreta la “revolución” del amor para hacerle frente a todos los males del mundo.

Estemos juntos y en familia, sigamos con atención las celebraciones por televisión o Internet. Dispongámonos adecuadamente para cada una, como si estuviéramos en la iglesia a la que solemos ir.

Y si no solemos ir a la iglesia, pues igual sigamos las celebraciones que sin duda nos harán mucho bien.

Yo puedo, tú puedes, todos podemos. ¡Un abrazo y adelante!

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