América Latina no la pasa bien con el coronavirus. Somos la región más afectada y que más complicado tiene el panorama. Escribo desde Perú, donde el sistema de salud ha colapsado, y si no fuera por las múltiples campañas de la Iglesia en distintos lugares del país, muchos morirían por la falta de oxígeno que el gobierno no ha podido gestionar a tiempo.
La
labor de “Respira Perú” ciertamente se ha convertido en un importante pulmón
para afrontar esta crisis sanitaria.
Las
cosas han empeorado en el país y las cifras siguen subiendo. En ese panorama y
como para acrecentar las malas noticias, la ministra de salud acaba de decir que
no recibió ningún pedido para abrir las iglesias, cuando su
ministerio sí aprobó un protocolo que ya algunas diócesis están usando para
abrir los templos a la oración privada de los fieles, y en algunos casos para
misas, siguiendo todas las disposiciones sanitarias del caso.
En
todo este panorama, con una crisis económica que se agrava cada vez más, como
una sombra que uno no sabe cuándo le podría llegar o que ya estaba ahí y despertó
de su aparente letargo o de la inconsciencia, aparece el miedo a la muerte.
Porque, aunque todo parece indicar que la gran mayoría de gente se recupera de
la COVID-19, es claro que también te puede llevar a la tumba.
Entonces,
¿qué podemos hacer ante eso? Primero, seguir todas las disposiciones que hemos
recibido hasta el cansancio: lavarnos las manos, desinfectar las cosas, usar la
mascarilla, evitar aglomeraciones y cualquier situación que podría ser de riesgo.
En
segundo lugar creo que nos hará mucho bien reflexionar algo que decía hace unos
meses un obispo francés, Mons.
Pascal Roland, quien decía en marzo que se debe temer más a la “epidemia del
miedo”.
En
su reflexión, que creo vale la pena considerar ahora, el Obispo de Belley-Ars,
del territorio donde se santificó el gran San Juan María Vianney o Cura de Ars,
recordó que “un cristiano no teme a la
muerte. No ignora que es mortal pero sabe en quien ha puesto su confianza”.
“Además,
un cristiano no se pertenece a sí mismo, su vida está entregada porque él sigue
lo que Jesús enseña: ‘Quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que
pierda su vida por mí y el Evangelio se salvará’”. Con eso no creo que el
Obispo haya querido decir o siquiera insinuar que no importa si uno se contagia
y muere, para nada.
Lo
que creo quiso resaltar es que en medio de todo, los fieles no podemos ceder “a
la epidemia del miedo”. El Obispo alentó además a no ser “muertos vivientes. Como
diría el Papa Francisco: ¡No se dejen robar la esperanza!”.
En
esa misma línea, y con una mirada alentadora, un obispo en Sudán del Sur, país
africano de reciente creación, comenta que, a pesar de todo, la crisis
del coronavirus es una oportunidad para el crecimiento espiritual.
Mons.
Eduardo Hilboro Kussala escribió que con la pandemia cada creyente se ha
convertido, de una forma u otra, en un evangelizador o predicador en las redes
sociales; se ha encontrado ante el desafío de buscar nuevas formas de rezar y;
ante el ayuno eucarístico que muchos vivimos, tiene la posibilidad de crecer en
conciencia en el amor a la Eucaristía y en el hambre espiritual que busca a
Dios por encima de todo.
Sabiendo
que no debemos ser irresponsables en el cuidado de nuestra salud y que tampoco
podemos ceder a la epidemia del miedo, teniendo en cuenta que este tiempo puede
ser usado para crecer no solo espiritualmente sino de manera integral,
ciertamente las
palabras del Papa Francisco en la última audiencia general del miércoles,
la primera con público desde el pasado 4 de marzo, caen como anillo al dedo.
En
su catequesis, Francisco resaltó que “para salir mejores de esta crisis,
debemos hacerlo juntos. Juntos, no solos, juntos. Solos no, ¡porque no se
puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en la
solidaridad. Hoy quisiera subrayar esta palabra: solidaridad”.
En
el Perú, debido a la pandemia, varios millones de personas han perdido su
trabajo. Nos toca ser más solidarios que nunca. Nos toca esforzarnos y ayudar,
colaborar, no hace falta buscar a quién. Tú y yo sabemos a quién podemos
ayudar. Las personas que más necesitan ahora casi están por todos lados.
A pesar de todo y aunque el futuro pueda parecer oscuro y sombrío, es momento para la esperanza, pero no una vana o rosa, sino para la esperanza verdadera que solo da Dios nuestro Señor.
Es momento para recordar también lo que dijo en la Jornada Mundial de la Juventud Colonia 2005 el buen Benedicto XVI que se acaba de convertir en el Papa más anciano de la historia: “solo de los santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”.
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