Thursday, December 27, 2018

La paciencia

Tal vez una de las virtudes más necesarias en una relación es la paciencia. Paciencia con el esposo o la esposa, con los padres, con los hermanos, y la paciencia con los hijos.

Escribo esto después de que mi hijo menor de año y medio puso a prueba la mía durante una hora entera mientras intentaba hacerlo dormir. No había posición que le permitiera conciliar el sueño: ha llorado, ha gritado, se ha retorcido, ha pataleado... ha hecho lo que ha querido y puedo decir, con una sonrisa en la cara y echando humo por la cabeza, que no perdí la paciencia.

Ha sido una batalla ganada, pero no siempre es así. Más de una vez he perdido la paciencia y he dicho cosas que no estaban bien y por las cuales he pedido perdón (otro día hablaremos de esto, del perdón).

Hoy hablemos de la paciencia. Esa bendita virtud que podemos aprender respirando hondo, contando hasta 10 (o hasta mil si la travesura fue terrible) o pidiéndole a Dios que nos dé ese bendito don de saber soportar lo que nos molesta, nos fastidia, nos pone de mal humor o nos convierte en nuestra peor versión de nosotros mismos cuando sucumbimos.

No es fácil ser paciente y no hay fórmula mágica, pero les puedo comentar un poco la mía: a partir de cierta edad los recuerdos de los niños se hacen más claros, creo que desde los tres años aproximadamente.

Desde ese momento, nuestros pequeños recordarán lo bueno y también lo malo que hayamos hecho. Yo quiero que mis hijos tengan un buen recuerdo de cuando eran chicos, no quiero que carguen con algunas cosas pesadas como las que yo he cargado.

Quiero que recuerden más las cosas felices de la infancia, las cosas que los hacen reír y disfrutar. No creo salir invicto, habrán malos recuerdos sin duda, pero quisiera que en su mente y en sus corazones el recuerdo de la niñez los haga sonreír un día cuando estén solos y cuando ellos tengan a sus propios hijos y tengan que lidiar con ellos como yo hago ahora.

Este un aliciente sencillo, pero aliciente al fin y al cabo.
El otro aliciente y el aliento más fuerte es el espiritual. Al forjarme en la paciencia, al soportar con paciencia lo que me puede generar molestia o fastidio, crezco interiormente. Crezco y me acerca un poco más al Señor.

La paciencia es un pequeño sacrificio en comparación al sacrificio más grande de todos: el de Cristo en la cruz. Ni mil llantos de mi hijo más chico, ni las desobediencias del más grande podrán igualar tamaño dolor. No hay forma.

Entonces, cuando estoy al borde del colapso, a veces me acuerdo de mirar la cruz y veo lo incomparable de las situaciones y sufro con paciencia un llanto más, un grito más, un fastidio más. No son nada aunque para mí parezcan todo en ese momento.

Como dije, no hay receta mágica, pero es crucial la voluntad, la decisión firme de ser paciente, pero no condescendiente ni permisivo. Pacientes pero firmes. Como decían en la película El Gladiador hace unos años: firmes y dignos.

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