El
suicidio es un drama particularmente complejo. Tiene un componente de sorpresa
y desconcierto que hace más difícil aún comprender el misterio de la muerte que
a todos nos llegará algún día.
Tiene
un elemento de dolor que se hace tal vez más agudo ya que no se sabe a ciencia
cierta por qué una persona decidió acabar con su propia vida, cuando de repente
no había forma de intuir que algo sucedía en el alma de quien decide matarse.
En
ocasiones el suicida es alguien famoso, alguien que parecía tenerlo todo en la
vida y que un día decidió que su vida “ya no tenía sentido”. Lo pongo entre
comillas porque siempre lo tiene, sin importar las circunstancias particulares
por las que cada uno pasa.
Toda
vida es valiosa, desde la concepción hasta la muerte natural. Nadie sobra,
nadie está de más.
El
suicidio ocurre como un golpe inesperado que sacude brutalmente a los
familiares y amigos del suicida. No deja a nadie indiferente, no deja a nadie
en pie.
No
voy a entrar en el análisis de la depresión, tal vez uno de los grandes males
de nuestro tiempo y causa de muchos suicidios, pero sí creo que es importante
señalar que resulta necesario que si alguien atraviesa por ella o cree que la tiene, busque ayuda
profesional. Y que lo haga pronto.
Quiero
ofrecer también una breve reflexión para alentar el cuestionamiento natural que
toda persona tiene sobre el sentido de la vida.
Para
los creyentes está en Cristo. De Él brota todo lo bueno y hacia Él nos
dirigimos. La vida es el camino que nos toca recorrer para llegar un día a la
gloria de la vida eterna.
Ciertamente
no es fácil vivir en cristiano, pero quien decide optar por ese camino
encuentra un territorio de plenitud que el mundo no puede ofrecer porque todas
sus respuestas a las interrogantes humanas más profundas son limitadas.
Ninguna
es capaz de saciar la sed de Dios.
Solo
Cristo es la esperanza que está por encima de toda esperanza humana, decía el
buen Papa Emérito Benedicto XVI.
Solo
Él tiene palabras de vida eterna, solo Él responde a ese anhelo de infinito que
Dios mismo ha grabado en nuestros corazones. Sin Él, creo yo, estamos perdidos.
Solo
con Él podremos alcanzar la felicidad, esa que buscamos todos los días en cosas
que por lo general no la dan.
Si eres bautizado, no importa qué tan lejos estés del Señor, nunca es tarde para volver a sus brazos y emprender el camino. Él siempre está esperando, no se cansa de esperar.
Si no eres bautizado, Dios también te espera y te busca. Tal vez estas líneas te ayuden a encontrarlo.
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