Creo que hablar de sexo, pero hacerlo seriamente y sin tapujos, no es sencillo. No es fácil por muchas razones como la invasión salvaje de la pornografía en las vidas y en las casas de muchos, junto con sus muchas y muy dañinas secuelas, la tendencia casi “imparable” de la prostitución como algo normal o como algo incluso que debe ser apoyado o promovido, la visión de la infidelidad como algo “normal o natural” y varias otras razones que sería largo enumerar.
No
es fácil hablar de sexo en serio pero creo que vale la pena hacer el intento.
Creo
que un buen punto de partida es pensar o reflexionar en cómo educar en la recta
sexualidad a los hijos. Con ellos hay que hablar de manera natural, franca,
directa, sin poses, sin risitas, sin vergüenzas, sin pantallas, sin nada
distinto a la verdad sobre esta dimensión hermosa del ser humano.
No
voy a referirme a cómo hablar de sexo con los hijos porque eso ya lo hice AQUÍ.
Sé que ese post no agota el tema –porque siempre en esta esfera de la vida
aparece algún cabo suelto, alguna ayuda o enseñanza que nuestros pequeños
necesitan y merecen saber, siempre a la altura de lo que piden, nunca más allá
de sus preguntas para no abrumarlos– pero por ahora lo voy a dejar ahí.
Digo
que es un buen punto de partida porque la mirada de los niños, también en el
tema sexual, es limpia y nos ayuda a acercarnos con ojos más puros a esta dimensión
hermosa que Dios nos ha regalado.
Sí,
creo que ese un primer criterio clave: Dios
nos regala a todos el don de la sexualidad. Algunos, los casados, la
ejercemos plenamente en el matrimonio como una concreción especialísima del
amor conyugal. Ese es su lugar natural, su ámbito legítimo.
A
otros, como los sacerdotes y las monjas, Dios les pide renunciar al ejercicio
concreto de la sexualidad para entregarse plenamente al anuncio de la Buena
Nueva. No creo que sea fácil la vivencia del celibato pero el Señor les da esa
gracia a quienes llama.
Dios
les ha regalado al hombre y a la mujer una dimensión especialísima que permite
que ambos, en el matrimonio, sean una sola carne. No son la suma de dos
personalidades, no son uno por encima o al costado del otro. No. Son dos que se
hacen uno y que tienen como fruto concreto a los hijos.
Y
allí va un segundo criterio: el sexo permite
que los esposos que se complementan cotidianamente, se hagan uno solo a todo
nivel.
Ciertamente cada cónyuge mantiene su individualidad, pero el esposo
ya no se entiende sin la esposa y la esposa tampoco sin el esposo. Y si la
realidad resulta que no es así, pues algo podría estar fallando.
Pero en el sexo no todo es responsabilidad y seriedad. No. Y este podría ser un tercer criterio: Dios nos regala el placer sexual, el goce legítimo, puro, normal y natural que hace parte de las relaciones sexuales.
Pero en el sexo no todo es responsabilidad y seriedad. No. Y este podría ser un tercer criterio: Dios nos regala el placer sexual, el goce legítimo, puro, normal y natural que hace parte de las relaciones sexuales.
El
placer NO es malo. Lo malo es buscar el placer por el placer, el hedonismo. El
placer, en el ámbito de las relaciones sexuales conyugales es bueno y es
totalmente lícito. Nada más hermoso que una relación sexual llena de amor y también de
placer en el ámbito del matrimonio. Allí donde nos hacemos compañeros de vida y "cómplices" de todo con la persona que elegimos hasta que la muerte nos separe.
Un
cuarto criterio es que, si bien el sexo es una cuestión natural, es también una cuestión que debemos tratar con delicadeza,
respeto y pudor. Sí, pudor. No es obsoleto, no está pasado de moda, no es
medieval, no es una estupidez. No.
El
pudor es necesario, entre otras cosas, para que todos, sin importar quién
seamos o qué edad tengamos, respetemos siempre al otro (o la otra) y no lo veamos como un "pedazo de carne" para satisfacción personal.
La otra persona es
alguien que, como yo, quiere y merecer ser feliz, ejercite o no su sexualidad
plenamente. Si vemos en el otro a un ser humano que anhela con todo su corazón
la felicidad verdadera, ciertamente nuestro trato será distinto, más humano,
más cercano, más limpio y más normal.
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