Thursday, November 29, 2018

¿Por qué casarse por la Iglesia?

En los últimos días y por distintas razones, esta pregunta me ha acompañado como un cuestionamiento constante. Por cierto, no lo dudo, solo me ponía a pensar en la mejor forma de explicarlo ahora que muy poca gente decide hacerlo.


La idea de escribir este post me recordó que cuando fue a Chile, el Papa Francisco casó a una pareja en el avión y explicó que lo hizo porque el matrimonio es el sacramento que hace falta en el mundo.

Estoy casado por la Iglesia desde hace casi 11 años y puedo decir que casarme fue una de las mejores decisiones de mi vida. Todo en el matrimonio católico ha sido y es una bendición: mi esposa, mis hijos, la vida familia centrada en Dios, TODO.

Así como yo percibo esto como una bendición enorme, también veo que cada vez con más frecuencia esto no aparece como un horizonte de vida atractivo para muchos bautizados que deciden convivir y no hacer un compromiso hasta que la muerte los separe. Razones para eso hay muchas pero no me voy a detener en ellas, quiero esta vez intentar explicar por qué el matrimonio católico, con Dios como testigo y garante de la unión hasta la muerte, sí vale la pena.

La fe es sin duda el primer sustento. El sacramento permite, cuando el amor ha madurado para dar este importante paso, que la fe se haga más profunda y más intensa, permite que la dimensión religiosa sea aquella sobre la cual se va a construir la vida. Como dice el salmo 126: “Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles”. Eso quiere decir que uno puede hacer muchas cosas, pero si Cristo no está en el centro de la vida de pareja, el futuro no será bueno, no será lo que debe ser.

Y la fe se alimenta con oración y formación. Rezando y estudiando constantemente para poder dar razón de ella adecuadamente y sin temor.

Una segunda razón es la gracia. La gracia de Dios se puede definir como la vida misma del Señor que se nos da para estar en comunión con Él. También se podría decir que es la fuerza o el amor que Dios mismo nos da para llegar a Él.

La gracia nos acerca a Dios y nos permite estar en sintonía con su voluntad. Sin ella, no podremos hacer aquello a lo que estamos llamados. Sin gracia, nos negamos el don hermoso de estar junto a Dios.

Si una pareja convive y no está casada por la Iglesia, se cierra voluntariamente a recibir la gracia de Dios que proviene de los sacramentos, en particular de la Confesión y la Eucaristía. Este último es el principal alimento del alma, el sustento de toda la vida cristiana. Si la pareja convive, ciertamente no se puede acercar a la Eucaristía por su situación irregular.

Con la fe y con la gracia podemos vivir la comunión, que en el caso del matrimonio se expresa de modo particularmente hermoso en la unión sexual, en las relaciones sexuales que los esposos tienen, que son expresión de amor, que unen cada vez más a aquellos que están llamados a entregarse el uno al otro, y luego a amar y servir al fruto de este amor: los hijos.

Los hijos necesitan, requieren, exigen y merecen que sus padres vivan en gracia de Dios. Sin la gracia, los dones de los padres no se desarrollarán como es debido y no podrán dar todo el fruto que podrían dar.

Al convivir, los padres están negándole a los hijos todo el bien que requieren para crecer en su vida de fe, de comunión y de gracia, que comienza por la gracia que reciben sus padres.
Cuando vivimos la fe y nos dejamos alentar por la gracia divina, las personas somos capaces del amor sobrenatural.

Ya lo dice el mismo ritual del matrimonio: por este sacramento la esposa puede amar al esposo como la Iglesia ama a Cristo, y el esposo puede amar a su esposa como Cristo ama a su Iglesia: con el amor que está dispuesto a darlo todo, incluso la vida.

¿Los convivientes no serían capaces de dar la vida por el otro? Ciertamente pueden, pero lo harán sin estar revestidos, protegidos y alentados por la gracia divina, habiéndose negado voluntariamente la comunión con Dios.

Con el matrimonio, con la gracia recibida en el sacramento, los esposos son capaces de afrontar las dificultades de la vida con toda la solidez que el amor les da porque han fundado su casa, su hogar, sobre la roca de la fe, no sobre la arena que se escapa entre los dedos de las manos.


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