Todos
los domingos y fiestas de guardar mi familia y yo vamos a Misa. Somos 4: mi
esposa, mi hijo de 8 años y el pequeño de año y cinco meses. El mayor ya está
más tranquilo y puede seguir la Misa pero con el menor ya estamos comenzando a
revivir algunas de las cosas que ya hemos pasado con el primero.
Y
podría seguir dándole detalles, y cada papá y mamá que va con sus hijos a Misa sabe
las cosas con las que tiene que lidiar. A veces también toca soportar la mirada
de incomodidad, intranquilidad, incomprensión (y demás) que otros parroquianos
lanzan cuando uno está con sus hijos pequeños en la Misa.
Pero,
y para ir definiendo conceptos. ¿Los niños deben ir a Misa? Sí, claro. ¿Desde
cuándo? Desde que uno toma la decisión de salir de casa con ellos, creo yo. ¿Por
qué? Porque si uno sale a la calle con ellos cuando son bebés, entonces también puede llevarlos
a Misa, con mayor razón si ya están bautizados.
(Bautizaa tus hijos rápido, no esperes mucho. La mejor herencia que les puedes dejar es
la fe, no hay nada más grande que eso y para hacerlo el bautismo es esencial).
Dicho
esto, podríamos comenzar con la larga lista de excusas que ponemos para no ir a
Misa con ellos: hacen mucha bulla, no entienden, no saben a qué están yendo,
quién sabe y si tienen idea de lo que sucede, no quiero que me miren o me sigan
viendo feo, no quiero que el cura interrumpa la Misa para decirme que saque a
mi hijo o hija del templo. Y podría seguir porque razones puede haber muchas.
Sin
embargo y como ya dije antes, es bueno llevar a los hijos a Misa por varias
razones. Aquí te explicaré algunas:
1.-
Llevar a los hijos a Misa, a la iglesia exige (te exige) coherencia. Cuando
tomas la decisión de ir a Misa tienes que ir todos los domingos y fiestas de
guardar. Si algún domingo ves que va a ser muy complicado o que no vas a poder,
acomoda tu horario para ir el sábado en la tarde/noche para que puedas oír ese
día la Misa del domingo. A mi familia esto le funciona bien.
2.-
Una vez que los llevas, te conviertes automáticamente (aunque ya lo eras, por
cierto) con tu esposo o esposa, en los principales catequistas de tus hijos. No
importa cuán chicos estén, explícales de la manera más clara y sencilla posible
que el templo es la casa de Dios y que van a presenciar la más increíble de
todas las experiencias humanas: ante nuestros ojos un pedazo de pan se va a
convertir en Dios, una hostia insípida se va a hacer cuerpo y sangre de Cristo.
“Mira
hijo, allá adelante el cura, el señor que está allá, va a hacer un milagro muy
bonito solo para nosotros”, por ejemplo.
3.-
Una vez en Misa es posible que no puedas seguirla al 100% y eso Dios lo
entiende. Lo entiende bien y quiere que tu hijo pequeño vaya aprendiendo lo que
sucede en Misa, que vaya experimentando en primera persona lo que ocurre allí.
4.-
Si tu hijo se descontrola y necesitas pasearlo o hablarle para que se calme, sal
del templo unos minutos o anda a la parte de atrás.
Una
anécdota que siempre recuerdo con mi hijo mayor es que, cuando era bebé, solía
llorar cuando el sacerdote comenzaba la consagración. Lloraba porque quería su leche.
Así que mientras el cura convertía las hostias en el cuerpo y sangre de Cristo,
mi pequeño tomaba su biberón que había que sacar rápido del bolso para
interrumpir lo menos posible ese momento tan importante de la Misa.
5.-
Es posible que tengas que aguantar las caras de pocos amigos de algunos por la
bulla y el desorden de tus hijos, pero eso vale la pena y es un precio “bajo”
para la gran enseñanza que tendrán tus pequeños con el tiempo. Sin embargo y
quisiera ser muy claro con esto: la empatía y la comprensión de otros no te
exime de tratar de mantenerlos en orden, quietos y de decirles que deben estar
callados. Ese también es tu deber y con eso también irán aprendiendo poco a
poco y en la práctica, cómo se deben comportar.
Mi
hijo mayor ahora repite en voz baja buena parte de lo que dice el cura en el
momento de la liturgia de la palabra. Durante buen tiempo yo pensé que por su
desorden no escuchaba nada. Lo cierto es que escuchaba todo y se lo estaba
aprendiendo.
Para
concluir diré que la “batalla” por ir a Misa con los niños vale la pena el
esfuerzo, el cansancio y las incomprensiones. Vale la pena cada momento
incómodo o cada papelón que tus hijos te puedan hacer pasar. Si alguna vez uno
de tus pequeños o todos juntos te avergüenzan, ten por seguro que valdrá la
pena en el largo plazo. No la vergüenza en sí misma sino el esfuerzo y el valor
de llevarlos cada domingo para su (y tu) crecimiento espiritual.
Ellos, tus hijos, tienen el deber y el derecho de ir a Misa
por ser bautizados. Y si no los has bautizado, hazlo pronto, lo merecen y lo
necesitan.
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