Como
dijo la gallina, vamos de frente al grano. Si te casas, sé fiel. Así de simple,
así de sencillo. Y
ahora, una reflexión.
Por
distintas razones que sería largo enumerar, la fidelidad se ha convertido en
nuestros tiempos en algo cada vez menos común o algo que parece olvidado. La
fidelidad no ha perdido su valor, pero parece ser cada vez menos valorada por
quienes deciden casarse.
La
infidelidad se ha convertido es una especie de situación normal, justificable y
comprensible. Craso error, fatal realidad. Triste escenario actual.
Es
posible que más de uno diga o piense que ser fiel no es fácil. Yo discrepo,
pero tampoco creo que sea algo sencillo.
Ser
fiel va de la mano con la opción voluntaria que uno hizo de amar y respetar
todos los días de la vida a la otra persona con quien comparte la propia “en la
salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza”. O sea, siempre.
Si
uno ama puede, debe y tiene que ser fiel. Cualquier raciocinio o pensamiento
que siquiera intente justificar la infidelidad creo yo que es errado.
Y
la fidelidad se construye día a día. Con pequeños gestos, con acciones que
pueden pasar desapercibidas, con opciones cotidianas por el otro, especialmente
cuando nos hacemos más conscientes de las cosas que no nos gustan o nos
molestan. Allí se purifica aún más el amor, allí crecemos como matrimonio.
La
infidelidad comienza en el corazón. Suele aparecer como algo inadvertido, se
escurre entre los pensamientos y los sentimientos, puede comenzar como algo no
querido y no buscado.
Por
eso, te sugiero ser siempre prudente. Si eres casado o si estás en una
relación, que todos lo sepan, usa tu anillo de casado, no hables mal de tu esposa
o de tu esposo, no tengas un “mejor amigo o. amiga” que no sea tu cónyuge. No
te expongas, no seas ingenuo.
Sé fiel, vale la pena. Vale la pena luchar por la fidelidad. Si no lo haces puede que un día te despiertes y descubras que ya no la tienes. No lo permitas.
Otros posts
0 comentarios:
Post a Comment