Friday, May 31, 2019

La lucha contra la enfermedad y el dolor

No es fácil luchar contra la enfermedad. La experiencia de la fragilidad puede ser dura, pero ciertamente es un recordatorio de que estamos de paso, somos peregrinos en esta tierra.

Desde hace buen tiempo, no sabría decir exactamente cuándo, he sentido a la muerte “más cercana” que antes. He sabido de personas conocidas que han muerto y que han partido al encuentro del Padre tras una larga enfermedad, tras una larga lucha que ha consumido tiempo, esfuerzo y dinero.

He ido a varios velorios este año y he visto de todo: gente desesperanzada, resignada, adolorida, serena. Y siempre me he sentido sobrepasado por el dolor y la muerte misma, por el misterio que la envuelve.

Para los que somos creyentes, la fe nos recuerda que hay otra vida después de esta, en concreto hay vida eterna en el cielo si hemos sido fieles a la voluntad del Señor, si hemos amado “hasta que duela” como decía la Santa Madre Teresa de Calcuta.

¿Y durante la enfermedad? ¿Qué nos toca?

El Papa Francisco se ha referido en distintas ocasiones a la importancia de los enfermos, a su lugar especial y predilecto ante el Señor. Él mismo los ha puesto en primer lugar y ha mostrado con su ejemplo lo importante que es atenderlos, lo imperioso que resulta ver en ellos a Cristo sufriente para respetar siempre su dignidad inalienable.

Hace algunos años, el gran San Juan Pablo II escribió la carta apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano.

En ese texto (que puedes leer AQUÍ) el gran Papa peregrino explica que el sufrimiento del ser humano encuentra su pleno sentido en el sufrimiento de Cristo, que padeció la pasión y la crucifixión, absolutamente dolorosas; además de cargar sobre sí el pecado de la humanidad –lo que le supuso un increíble sufrimiento espiritual– para abrirnos las puertas del cielo a los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Si vivimos nuestro sufrimiento, el sufrimiento de la enfermedad o cualquier otro dolor, mirando la cruz, veremos que nuestros padecimientos (grandes o pequeños) cobran un especial sentido, nos permiten acercarnos al Señor y sufrir con Él algo de lo que Él ya sufrió por nosotros.

Eso hará que el dolor sea más llevadero. Y ciertamente siempre está a nuestro alcance el recurso de rezar por el enfermo con toda la fe de la que seamos capaces, incluso cuando parezca que todo está “perdido”.

No conozco otra forma de afrontar el dolor. Verdad que no. No sé de algo que dé más consuelo que la oración.

Y el buen Señor, el dulce Jesús, está ahí siempre esperando con los brazos abiertos, lo queramos o no. Está ahí listo para abrazar nuestros dolores para cargarlos con nosotros. Está listo y al pendiente, solo si queremos.

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