Este
domingo, cuando vayamos a Misa, vamos a escuchar una oración, tal vez cantada,
que se llama “Secuencia de Pentecostés”, que para mí fue uno de esos
descubrimientos de las cosas de la fe que me llenan de esperanza.
La
secuencia está dirigida al Espíritu Santo, ya que Pentecostés es su fiesta. En
ella hay una parte que dice lo siguiente: “Entra hasta el fondo del alma, divina
luz y enriquécenos / Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro / mira
el poder del pecado cuando no envías tu aliento”. (Puedes leerla completa AQUÍ).
Estas
líneas siempre me han tocado de modo particular, siempre me ha llamado la
atención eso del vacío del hombre, el vacío existencial que una persona
experimenta cuando Dios no está. No solo es doloroso, sino trágico.
Y
lo que sigue creo que es más fácil de constatar ahora. “Mira el poder del
pecado cuando no envías tu aliento”. Miremos el poder del mal, ahora que tantos
no hacemos lo que deberíamos: combatir el mal con el bien.
No
es tarea sencilla pero es ciertamente urgente.
He
visto, hasta el cansancio creo, esa frase que dice que el mal no solo avanza
por la acción de los malos, sino por la inacción o el silencio de los buenos.
No
podemos quedarnos quietos. No podemos no reaccionar, incluso con rebeldía, a
los males de nuestro tiempo (aquí podríamos hacer una enumeración larguísima).
Cada
uno conoce sus dones y si no, debería conocerlos, para ponerlos al servicio de
los demás, comenzando por el núcleo de personas más cercano a nosotros: la
familia.
Allí
comienzan las más grandes batallas, las más grandes revoluciones. Y la que hace
falta siempre es la del amor como nos lo recuerda siempre que puede nuestro
buen Papa Francisco.
La
secuencia termina así: “Reparte tus Siete Dones según la fe de tus siervos / Por
tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito / salva al que busca salvarse y
danos tu gozo eterno”.
Que
al final de nuestra vida en la tierra, que puede ser en cualquier momento
porque nadie sabe ni el día ni la hora, podamos llegar a la salvación eterna,
al gozo inimaginable e indescriptible que es contemplar a Dios para siempre.
¡Vamos
que se puede! Y si podemos nosotros, también podremos en familia.
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