Desde
hace varias semanas tenía la idea de compartir algunas reflexiones sobre mi
experiencia al caminar por la calle con mi hijo menor de dos años en su coche. Lo
había estado postergando por distintas razones pero ahora ya puedo compartir algunas
cosas que espero ayuden a la reflexión.
Cuando
caminamos él y yo por la calle vamos conversando, jugando, riéndonos. Él me
dice las pocas palabras que sabe, sonríe, me mira con su mirada cómplice, me
señala cosas, se echa la bendición cada vez que ve una cruz, me alegra el rato
siendo él, me llena el corazón de alegría.
Y
yo lo veo a él y a las personas que están alrededor. Las reacciones y las
miradas son distintas. Casi podría decir que hay de todo: Están las señoras que
sonríen, están las señoras jóvenes que me miran tristes, otras miran con cierta
amargura o dolor, están los ancianos que se acercan y preguntan el nombre de mi
pequeño y le hacen alguna mueca, están las jóvenes con cara de “a ver si
haciendo esto aprendes lo que sufre una mujer cuando es madre”.
No
sabría explicar exactamente cómo es esta última cara, pero podría casi jurarles
que siento esa especie de “reproche” en sus rostros.
Me
ha tocado también entrar a algún espacio público con mi hijo y las reacciones
ante el ingreso son diversas: están los que nos dan el paso primero, están los
que sonríen porque mi pequeño saluda a todo el mundo, están las señoras que me
miran entristecidas, y también están las que me reprochan con la mirada y no me
dan el paso porque ellas tienen que pasar primero.
Estas
últimas siempre me dejan pensando. Si yo fuera una mujer con su hijo en coche,
seguramente me dejarían pasar, pero creo que por ser hombre no tengo ese
“derecho” o “privilegio” o deferencia, como quieran llamarlo.
Y
aquí la reflexión. Creo
que las mujeres que me miran tristes o con dolor, están así porque algún hombre
las dejó solas con algún hijo o varios hijos. Y creo que los hombres que
dejaron a esas mujeres son unos egoístas inmaduros que las pagarán tarde o
temprano, en esta vida o en la otra. Pueden estar seguros de eso.
De
las mujeres que me reprochan con la mirada, puedo decir que creo es porque el feminismo les
ha corroído la mente y el corazón, les ha hecho creerse víctimas del
“patriarcado” y merecedoras de la “venganza” en la que los hombres y no las
mujeres son los “sometidos”. Nada más lejos de la realidad.
Yo
le digo no al machismo y al feminismo. Hombres y mujeres tenemos los mismos
derechos y deberes.
Cada cual con los suyos propios: Las mujeres como madres cuando lo son, y los hombres siendo verdaderamente padres: cariñosos, entregados, preocupados, fuertes y el largo etcétera que requiere la paternidad.
Cada cual con los suyos propios: Las mujeres como madres cuando lo son, y los hombres siendo verdaderamente padres: cariñosos, entregados, preocupados, fuertes y el largo etcétera que requiere la paternidad.
El
feminismo les ha hecho creer a las mujeres que pueden hacer todo lo que hace un
hombre como si fueran iguales en capacidades y facultades. Y se olvidan que hay muchas cosas que solo pueden hacer ellas por ser
mujeres y que los hombres no. Y son tantas y tan necesarias.
Y
aquí no entro en estereotipos ni roles ni formas antiguas o nuevas. Simplemente
creo que es importante repetir, hasta el cansancio si es necesario, lo obvio: que
los hombres deben ser hombres plenamente; y las mujeres deben ser mujeres también plenamente.
Solo
de esa forma la sociedad podrá ser lo que tiene que ser.
Y la próxima vez que salga en coche con mi hijo, seguiremos caminando felices en medio de machismos y feminismos, en medio de todas las reacciones siendo felices entre tantos que necesitan, que anhelan o que esperan ver el testimonio de un padre que intenta todos los días ser de verdad papá de sus hijos.
Otros posts
0 comentarios:
Post a Comment