Durante
el mes de octubre tuve la bendición de estar en Roma por mi trabajo. Haber estado en la Ciudad Eterna y haber contemplado muchas veces la imponente Basílica de San Pedro han sido importantes ocasiones de gracia y quisiera compartirles algo de eso.
Cuando
uno entra a la plaza por la famosa Vía de la Conciliación ciertamente
experimenta una mezcla de sensaciones que lo hacen sentirse bien por ser
cristiano y católico.
La
Plaza de San Pedro lo recibe a uno como con los brazos abiertos, como esperando
desde siempre la llegada, el acercamiento de los hijos de todas partes del
mundo que buscan a Dios o una experiencia turística de contemplación de la
belleza.
Es
curioso también caminar acompañado de lenguas que tal vez uno nunca oyó. A mí
me pasó en varias ocasiones. Y ver luego como “guardianes” de la plaza las dos
grandes piletas a los lados, el obelisco gigante coronado por una cruz en el
centro, y las imágenes de San Pedro y San Pablo ante la Basílica, como
custodios de la fe, como apóstoles de la verdad por la que derramaron su sangre
y se hicieron mártires de la Iglesia, merecedores de ser acogidos por el Señor
en la eternidad.
Después
de pasar el control de seguridad se puede ingresar a la Basílica. Lo que se ve
en ella es majestuoso, impresionante, fascinante, ciertamente es difícil
describir tanta belleza.
Y
las experiencias intensas entre la belleza y lo espiritual compiten entre sí
para acabar reconfortando el alma, nutriendo ese hambre y esa sed interior que
todos llevamos dentro y que solo pueden ser saciados por el Dios infinito que
nos ha creado.
En
el lado derecho, a la entrada, está la famosa Piedad de Miguel Ángel. No me
malentiendan, pero he visto otras esculturas en Roma que me han parecido más
bonitas y me han cautivado mucho más, como la imagen de San Pablo en la
Basílica Mayor de San Pablo de Extramuros, o la Piedad negra que está en la
Basílica de San Andrés de Lavalle o las imágenes de mármol de carrara en Santa
María La Mayor.
Después
de ver la Piedad, en el mismo lado derecho, está la tumba del gran e inolvidable
Papa San Juan Pablo II que quiso ser recordado como el Papa de la familia y al
que cariñosamente llamamos Papa peregrino.
Aquí
la experiencia es particularmente fuerte. No se permiten fotos en la parte más
cercana a la tumba para no interrumpir la oración de los muchos que vamos a
encomendarnos a él.
Aquí la oración es intensa, potente, aquí uno deja el alma
rezando por todos los que han pedido una ayuda, por los que ya han partido a la
vida eterna, aquí uno reza como si no hubiera mañana, a veces con lágrimas en
los ojos y con mucha esperanza.
Si
uno sigue caminando se encuentra con distintas esculturas, pinturas, frescos e
imágenes, hasta llegar al altar mayor sobre el cual está el monumental
baldaquino de Bernini, una construcción gigante de bronce que custodia desde
hace siglos lo más importante de nuestra fe: la Eucaristía, cuando allí se
celebra Misa.
Hacia
el fondo de la Basílica está una imagen de una paloma que representa al
Espíritu Santo por donde pasa la luz del sol. A simple vista parece un vitral
pero no lo es, está hecho de alabastro, una especie de mármol traslúcido que
nuevamente nos llama al cielo, que nos invita a dejarnos acompañar por el
Espíritu para acercarnos un poco más al buen Dios que llama siempre a todas las
almas para ser felices con Él.
En
las grutas, en la parte digamos “subterránea” de la Basílica, me llamó la
atención la tumba del Papa San Pablo VI, canonizado por el Papa Francisco en
2018. Pablo VI sufrió un atentado contra su vida en un viaje a Filipinas, fue muy
cuestionado por muchos dentro y fuera de la Iglesia por haber escrito la
encíclica Humanae vitae, un documento de gran actualidad que defiende la
importancia de la regulación natural de la fertilidad y que explica los graves
peligros de la anticoncepción y su mentalidad antivida.
Pablo
VI fue rechazado por muchos, fue señalado y resistido por ser fiel, por haberse
mantenido firme hasta el final. No hay forma de no conmoverse rezando ante la
tumba de este Papa santo.
Por ahora les dejo estas
reflexiones que espero ayuden a alguno a buscar a Dios que siempre nos espera.
Al final, en Roma o donde sea, Él siempre en espera, listo para salir a
abrazarnos si de verdad lo buscamos.
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