En
los últimos meses hemos visto cómo en distintos países se han realizado
distintas protestas con un marcado acento social y político. Las hemos visto en
Ecuador, Chile, Bolivia, Perú, Haití, Paraguay, y en varios otros lugares más.
Algo
que ha sido común a todos los escenarios ha sido el caos generalizado que ha
impedido el diálogo o una adecuada solución a los problemas que afectan a la
población.
Hemos
visto mucha violencia y, casi sin excepción, también hemos sido testigos de una
gran cantidad de ataques contra iglesias. Tal vez Chile sea el país donde más
se han ensañado con las edificaciones de la Iglesia, no solo la católica.
No
es la intención de esta reflexión explicar las razones o los objetivos de las
marchas, de las protestas, de las diversas manifestaciones que han afectado a
la región. No. Lo que quiero es presentar una humilde teoría sobre el origen
primero de todo esto y plantear una solución a largo plazo que creo yo, puede
comenzar con cada uno de nosotros los fieles católicos.
Cuando
yo tenía 14 años fui a un retiro en el colegio en el que, quienes lo
dirigieron, nos hablaron de la crisis del mundo. ¿Hay crisis ahora todavía a
mis 42 años? Claro que sí y ahora creo es más grave.
¿La
crisis tiene solución? Claro que sí. La corrupción, los problemas económicos,
la falta de estabilidad social y política, la violencia, el narcotráfico, el
crimen organizado y muchos otros males deben ser superados. Pero, ¿cómo hacer
eso?
En
el mismo retiro al que fui hace ya 28 años nos dijeron algo sencillo y cierto:
El mundo está en crisis porque el hombre está en crisis. Entonces, ¿dónde
comienza el cambio para superar la crisis? Pues en cada uno.
Para
explicar esto creo que resulta muy iluminadora la homilía
que hace unos días el Cardenal Jorge Urosa Savino, Arzobispo Emérito de Caracas
(Venezuela) pronunció en la asamblea del Consejo Nacional de Laicos de
Venezuela.
El
Cardenal explicó que, ante la difícil situación actual “el desafío religioso, básico y fundamental para cada uno de nosotros
es: alcanzar la santidad. Ser perfectos como nuestro Padre celestial es
perfecto. Escuchar y cumplir la palabra de Dios”.
“Creo
que, en medio de todos los problemas graves que estamos padeciendo es
importante que recordemos esta llamada que nos hace el Señor, este privilegio
que tenemos, de ir por el camino del bien, del seguimiento de Cristo, de alcanzar
la perfección cristiana”, dijo el Cardenal.
El
Cardenal Urosa resaltó además que “la
vocación a la santidad constituye la primera y fundamental vocación del
cristiano. Siendo llamados por Dios y fortalecidos por la acción del
Espíritu Santo, desde la experiencia de la vida nueva que se obtiene por el
Bautismo, el laico debe tener conciencia de la gran responsabilidad personal de
ser santo” teniendo a Cristo presente como “fuente y el origen de todo el
apostolado de la Iglesia”.
Esa,
en breve, es la misión de cualquier fiel de la Iglesia. Esa es la manera de
salir del caos en el que nos ha tocado vivir, del desconcierto, la violencia y
la confusión que nos rodean de manera cotidiana.
No
hay otra salida.
Lo
contrario, el olvido de Dios ser indiferentes ante Él o ponernos de espaldas a Él,
solo agravará la crisis en la que nos ha tocado vivir. Yo sé, no es fácil esto
de ser santos. Hace falta mucha oración y mucho esfuerzo para combatir el pecado personal, para transformarlo todo en uno para ser cada vez más como Cristo mismo.
Si bien no es fácil ser santo, sí es ciertamente el camino que nos toca
recorrer con coraje y pasión, con esperanza y ardor, para ser felices de verdad
y para salir de la crisis.
Y con la santidad
podremos superar las distintas crisis que nos pueden afectar: la familiar, la
social, la cultural, todas.
La santidad será el germen del cambio personal para
ser luego la semilla del cambio social que tanto necesitamos y que tanto anhela
el corazón del ser humano.
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