Con
mi esposa hemos cumplido 12 años de casados: benditos, hermosos, plenos,
desafiantes. En este tiempo ha habido de todo.
¿Cómo
no darle gracias a Dios porque una mujer tan buena aceptó ser mi esposa cuando
entendimos que Él nos llamaba a unirnos para siempre y –con todos sus desafíos
y complicaciones– lo dejó todo para iniciar una vida conmigo?
¿Cómo
no agradecerle a Dios de rodillas por haberte inculcado en el corazón el fuego
de su amor, la dulzura de su trato, la pasión por las cosas buenas de la vida y
sobre todo la fe, esa que la guía como esposa y como madre, esa que brilla cotidianamente
en el hogar?
¿Cómo
no dar gracias de rodillas ante el Santísimo por una persona tan especial, por
alguien que me dijo sí para siempre?
¿Cómo
no vivir agradecido al Señor por haberme dado a la mujer más importante de mi
vida, a la que ríe y llora conmigo, a la que sufre y se alegra con este pobre,
cada mañana y cada noche, cada día en la brega cotidiana?
¿Cómo
no darle gracias a Dios porque tú esposa mía me amas, me soportas, me perdonas,
me acompañas, no miraste atrás cuando decidiste apostarlo todo por mí, porque
me exiges aunque a veces no me guste, porque estás a mi lado, incluso cuando
(sin querer) te he tratado mal o te he herido?
¿Cómo
no amarte? Yo
te amo y soy feliz porque me amas. Y esta no es una simple declaración de amor.
No.
Yo
quiero gritarle a todos que sí es posible un matrimonio católico con todas las
de la ley. Que todos sepan que, en medio de un mundo erotizado, en medio de la
vorágine de la gente que se usa y se desecha, en medio de una sociedad que “ya
no cree” en el amor y que ha endiosado y manoseado el sexo, la entrega para siempre es posible.
No,
no creo que seamos “un modelo a seguir”, pero sí creo que intentamos ser
testimonio de que es posible una unión indisoluble, de que el bien sí vence el
mal, que es posible amar en medio del odio, del conflicto, del caos y los
enfrentamientos.
Sí es posible vivir el matrimonio
cristiano.
Ese
al que tantos se comprometen y que, lamentablemente, en algunos casos termina
roto y genera después gran dolor y sufrimiento.
Quiero recordarles hoy a todos que es
posible ser fiel, es necesario ser fiel, es sumamente importante ser fiel.
Y
a los amigos a los que el matrimonio “se les acabó”, les pido que por favor no
pierdan la esperanza. No se alejen de Dios, no se alejen de la Iglesia. Como
dijo el Papa Francisco, solo es posible llegar a Jesús a través de Ella.
No
se olviden que Dios los espera siempre con su cariño, con su calor, con su
misericordia y su gran perdón. Búsquenlo, vayan con Él, acérquense a un buen
sacerdote que los ayude a restaurar lo roto, a recuperar lo perdido. Que los
ayude en el imprescindible camino de reconciliación que todos necesitamos
recorrer.
A
los amigos que aún no se casan y están prontos a hacerlo, a los novios y a los
enamorados: centren su amor en el Señor. Fórmense, estudien, recen mucho.
No es fácil vivir el matrimonio
cristiano. Exige lucha, coraje, un espíritu firme y decidido a todo por el bien. Exige la
entrega generosa y, ante el pecado, exige levantarse de inmediato para seguir
luchando.
¡Mucho
ánimo y mucha ilusión!
Termino diciendo que
solo quería recordar que el amor verdadero es posible. Gracias a Dios, a la
Virgen y a mi esposa, la gracia más grande y hermosa que el Señor me ha dado en
esta vida. Gracias también por nuestros hermosos hijos: sal y luz de la vida
diaria.
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